domingo, 18 de julio de 2010

Capitulo 1.

La chica del espejo derramó una lágrima. Contemplé como rodaba por su mejilla. Me la sequé rápidamente en cuanto oí dos golpes en mi puerta.
-       -¿Qué deseas, Mona? –pregunté con un tono de voz apagado y triste, sin siquiera girarme.
-       -Le venía a avisar, señorita, que ya están todos abajo. Puede bajar cuando desee. –me dijo, con una sonrisa alentadora en el rostro.
-       -Déjame unos segundos, estaré abajo en poco tiempo.
-       -Claro que sí. –sonrió- No se olvide de sus modales.

Salió por la puerta, con una sonrisa triste. Mona me quería. Había sido mí como mi madre por todos estos años, siempre había estado cuidándome, ella me había criado. Ahora todo sería diferente. Con la muerte de mi padre mi vida daría un giro que nunca vi llegar. Temía bajar en estos momentos, temía ir y ver a mi amado padre sin moverse ni un solo centímetro, y tan pálido...
Aun no me explicaba cómo pudo haber muerto.  Toda su vida había gozado de plena salud, no tenía ninguna clase de problemas financieros,y no pudo haber tenido el  valor de suicidarse. Lo raro era que había muerto en un accidente, pero su cuerpo no tenía un rasguño.
Como lo extrañaría, él había sido mi único amigo, confidente. Él me había dado todo lo que tengo, se había interesado en darme una excelente educación. Él había sido querido por todos los que lo conocieron. Había sido un excelente y muy exitoso trabajador. Todo un hombre de negocios. Él había llenado mi vida, ahora que se había ido, Mona no podría quedarse conmigo y cuidarme, no la dejarían. ¿Pero quien más podría hacerlo?  Si yo no conocía bien a nadie de mi familia. Todas las navidades, cumpleaños y demás festividades habían sido de mi padre, Mona y mías. Excepto claro, el 24 de Agosto, el día del cumpleaños de mi madre. Para ese día, mi padre siempre hacía una enorme fiesta, e invitaba a todos los individuos de este y pueblos cercanos. Todo el mundo lo comentaba, era la mejor fiesta del año. Mi padre hacía esa fiesta sólo para no sentirse solo y deprimirse. Cada año gastaba cantidades de dinero para ese fin. Igual y ese dinero le sobraba. “¿Por qué no darse gusto cuando tienes con qué?”  Me había dicho alguna vez.
-       -Huérfana. –me dije a mi misma, soltando otra lágrima.

Nunca conocí a mi madre, pero mi padre siempre me había dicho que había sido la mujer más maravillosa del mundo, y yo le había creído. 
Toda mi vida había vivido con ese cargo de conciencia, con esa culpa de haber sido yo quien le quitara la vida a tan extraordinario ser. Todos los que alguna vez la habían conocido hablaban maravillas sobre ella. Siempre me había sentido culpable. Pero mi padre siempre me había dicho que ella me quería viva, sin importar que ella no pudiera sobrevivir. Mi padre siempre me había recordado lo mucho que ella me deseó. Siempre me había dicho que ella tuvo ese amor tan grande por mí, que había sido capaz de dejar todo lo que amaba solo para que viviera. Fue una mujer muy valiente. Yo no me sentía capaz de dar mi vida por alguien. Ni siquiera por mi padre, y no era que no lo amase, sino que no lo amaba lo suficiente.
Papá siempre me había recordado lo mucho que ella y él me amaban. Ahora no habría nadie para recordármelo.
Suspiré mientras otra lágrima rodaba por mi mejilla, y abrí el primer cajón de mi tocador.
Este cajón, contenía algunas cartas que mis antiguas amistades, mi familia o mi mismo padre me habían mandado alguna vez. Este cajón, también contenía mi cajita de joyas.
Tomé la cajita, y la abrí. Entre todas las joyas busqué aquel hermoso collar de rubies que había sido de mi madre, y que mi padre me había dado en mi último cumpleaños. Era mi objeto favorito en todo el mundo, porque me recordaba a ambos. Me coloqué el frio collar alrededor del cuello. Contemplé nuevamente mi reflejo.
La chica de cabellos castaños dorados y ojos azules se veía triste y cansada, pero sobretodo, triste. Negó con la cabeza lentamente y se puso de pie. Su vestido negro reflejaba cómo se sentía. Suspiró y empezó a caminar, dejando su reflejo encerrado en el espejo.
Salí de la habitación, cerrando la puerta. Lentamente bajé las enormes escaleras, llegando al salón principal. Había unas pocas personas allí, personas que se limitaron a observarme con la lástima en sus ojos. Ninguna tuvo el valor de acercarse. Los detesté a todos, no por el hecho de no acercarse, lo prefería así, sino por el hecho de tenerme lástima. No me detuve a saludar a ninguno, ignoré su presencia…  Igualmente ninguno era conocido mío.

Llegué al salón donde estaba mi padre. El ataúd estaba en la mitad de la sala, traté de ir hacia él, pero varias personas me detuvieron. Reconocí a la señora Hamilton, la primera en abrazarme.
-       - -Mis mayores condolencias. –dijo abrazándome- Lo siento tanto…Era un hombre tan bueno, un muy buen padre.
-       -Señora Hamilton. –la saludé- Como está su perro?
-       -Ay linda! –me abrazo mas fuerte- Con todo ese dolor que debes sentir, y preguntas por mi perro…Olvídate de tu educación por un momento. Es tu padre!
-       -Mi padre hubiera querido que yo fuera educada con las personas, sin importar las circunstancias. –dije firmemente.
-       - - A mí no me engañas, yo sé lo mucho que lo amas, y entiendo todo el dolor que estas sintiendo. –La abracé y una lágrima recorrió mi mejilla al hacerlo.
-       -Como lo extrañaré…-dije sollozando tratando de recobrar la compostura.
-       -Todos lo haremos…-me dijo con pesar.

Me separé de su abrazo y me excusé. La señora Hamilton me regaló un pañuelo, me repitió que lo sentía mucho y desapareció de mi camino.

-      - Adeline, querida. –me llamaron. Paré en seco y recibí un abrazo.- Lo siento tanto…Créeme que te entiendo, sé cómo te sientes…
-       -Señor Vennos, muchas gracias. –dije educadamente.
-       -Quiero que sepas que si necesitas algo, yo y mi esposa estaremos dispuestos a ayudarte, solo es que nos mandes una carta. .
-       -Lo haré si es necesario. Se los agradezco mucho, por favor mándele saludes a Loretta.  
Él asintió y siguió su camino.

Después de unas tantas personas, pude llegar al ataúd. Mi padre tenía expresión triste. Estaba pálido. Las lágrimas que brotaron de mis mejillas fueron inmediatamente secadas por el pañuelo de la señora Hamilton. No pude seguir viendo a mi padre de esa manera, me gire y me alejé del ataúd.

-       -Adeline, cariño. –me abrazó.
-       -Señora Bennett, cómo ha estado?
-       -Muy bien linda, lástima no poder decir lo mismo de ti. Lo siento tanto…
-       -Muchas gracias.
-       -Sí, cariño.

Me excusé también de ella diciéndole que me sentía mal. De ella y de todos los que se me acercaron después. La verdad estaba mal, me sentía mal y enojada. No me gustaba que me dijeran “lo siento mucho” o “yo te entiendo” porque en realidad no lo hacían. No me hacía sentir cómoda tantos ojos sobre mí, tantas personas hablándome, quería escapar de ese lugar. Me alejé rápidamente de todos. Quería irme lejos de este lugar.

Cuando menos pensé, me hallaba en el pasillo que quedaba al otro lado de la casa. “Que tonta.” Me dije, dándome la vuelta para devolverme, pero unas voces provenientes de la habitación del lado me interrumpieron.
La puerta estaba ajustada. Supe que estaba haciendo algo malo, pero simplemente me embriagó la curiosidad, y muchísimo más cuando me asomé y vi a Mona, con mi familia…La cual no veía hace años.

-       -Yo no me puedo quedar con ella, no tengo espacio en mi casa, además mi esposa está muy enferma…-decía mi tío Vernon.- ¿Que tal tú, Bernadette?
-       -Eventualmente, podría. –dijo mi regordeta tía- Pero no tengo con qué. Y me refiero a fondos económicos…
-       -Podrías disponer de la herencia que Marshall le ha dejado, es una cantidad muy grande y nadie se daría cuenta…Además, todo eso pasa a ser tuyo, hasta que la jovencita se case. –interrumpió mi tía Elizabeth.
-       -Viéndolo de ese modo, se me sería posible. 
-       -No lo creo…-interrumpió Mona- No me parece que usted pueda disponer de la herencia de la joven Adeline. Sí, pasan a su nombre, pero son de ella, y usted lo sabe.
-       -Pero alguien se tiene que encargar de ella, y además, Mona, usted sabe que la herencia es mucha, la joven, ni el abogado se darán cuenta.
-       -No me parece que usted se quede con ella, es decir, usted tiene mi mismo empleo, ¿por qué usted se puede quedar con ella y yo no? Yo  también podría cuidar de ella, de hecho llevo haciéndolo por años…
-       -Porque yo soy la tía. Y que no se hable más.
-       -Y dónde dormirá la joven? –preguntó Mona resignada.
-       -En la casa de los trabajadores de la familia Helsing hay mucho espacio. –afirmó.- Así que Mona, prepara a lo joven, que el día después de mañana, al amanecer, emprenderá su camino hacia Marée.
-       -Entendido. –dijo Mona nuevamente resignada.

La mañana siguiente, antes del entierro, el abogado me hiso una vista. Mona lo llevó al jardín, donde yo me encontraba leyendo un libro. Mandó a traer café para el señor y té para mí, y nos dejó solos.
-       -Buenos días, señorita. Como amanece?
-       -Sinceramente, con mucha tristeza, y usted señor Guareen?  
-       -Bien, gracias.
-       -Me alegra. –le dije cerrando el libro y colocándolo sobre la mesa. Haciendo un exfuerso por sonreír.
-       -El motivo de mi visita se debe a que quise venir y darle mis condolencias yo mismo, en lugar de mandarle una carta..
-       -Muchísimas gracias, de verdad lo aprecio.
-       -…Y el segundo motivo era que quería tener una conversación con usted. Sobre su herencia. Verá, su padre dejó escrito que quería que todos sus bienes fueran transferidos a usted, exceptuando una propiedad y una cantidad de dinero, que le dejaría a Mona. Aún así, su herencia es muy grande, y antes de hablar con usted, tuve una pequeña conversación con Mona, en donde me informó que su familia quiere robarse una pequeña cantidad de tu herencia. A ninguno de los dos nos parece justo, así que haremos algo que no deberíamos hacer, pero será por tu bien. >>Transferiremos una gran cantidad de dinero a otra cuenta, una cuenta hecha a nombre de Mona, pero tendrá tu dinero, el suficiente para que vivas bien. Como tu tía lo dijo, nadie lo notará. Espero que eso no te moleste…
-       -En lo mas mínimo, y muchas gracias por todo lo que está haciendo por mí. Le pido por favor que de ahora en adelante, duplique su salario, no me importa si no le gusta la idea, quiero que lo haga. Usted es un muy buen hombre.
-       -Muchas gracias, señorita, pero no podría aceptarlo.
-       -Sólo hágalo. –le pedí- Es lo que mi padre hubiera querido.

Después de haberle insistido mucho, terminó cediendo. Y luego de darme más detalles sobre lo que pasaría con mi vida, se fue. Inmediatamente después Mona apareció pidiéndome que me arreglara para el velorio. Tomé el libro y ambas subimos a mi habitación.
-       -Este es el vestido. –dijo Mona sacando de una caja el vestido negro, mientras yo me desnudaba.

Me ayudó a ponérmelo y más tarde a maquillarme y peinarme.
-       -Estamos listas. –me dijo finalmente- Debo admitir que se ve usted hermosa, Adeline.
-       -Muchas gracias, Mona.
-       --Titus ya está en el carruaje, mejor nos damos prisa.

Ambas bajamos y salimos de la casa. En el hermoso carruaje de siempre me esperaba Titus, me dio una triste sonrisa y me ayudó a subir. Luego los tres emprendimos nuestro camino.

Nadie dijo nada en todo lo que nos mantuvimos en el carruaje, en cuanto vi una lágrima recorrer la mejilla de Mona, mis ojos se llenaron de lágrimas y clavé la vista a la ventana.
Sentí la mirada de Mona sobre mí, sin embargo no me atreví a mirarla.


Llegamos y Titus nos ayudó a bajar. El velorio fue horrible, tuve que salirme incluso antes que terminara. Esperé a mona sentada en una de las sillas de afuera. Cuando vi que la gente empezaría  a salir, decidí subirme al carruaje. Titus esperaba impaciente, con la cabeza gacha. Levantó la vista al escuchar mis pasos y medio me sonrió. Abrió la puerta. Subí con su ayuda y me acomodé en el asiento.

-       -Se ha salido antes, señorita? –me preguntó con un tono jovial. Fingí no haberlo escuchado.

-       -Titus, me iré a vivir con mi tía…-dije en un tono de voz muy bajo.- No sé qué será de mi vida.  Ni siquiera sé si volveré a ver a Mona, o a usted…Sólo sé, que me gustaría quedarme con ustedes. Ustedes me hacen sentir protegida, probablemente porque son las únicas personas que siento que me quieren.
- Yo la quiero, mi niña. -dijo con la voz vieja cansada. 
y


-       -…Y ahora sin mi padre, me siento muy sola…-continué triste sin oír su comentario.

-   -No! Usted no está sola. Usted nos tiene a nosotros. Mona y yo, siempre estaremos para usted.

-      -Me voy a ir, Titus! –le dije ya con la voz cortada.- No nos volveremos a ver.

-       -La vida es poco predecible, señorita…Nunca se sabe qué esperar. –dijo y luego tosió.

-       -Lo extrañaré, Titus. –le dije tercamente, mientras él se ahogaba en su toz anciana. Cuando paró, no pudo decir nada más; Mona estaba aquí.

-       -Señorita, me parece una insolencia lo que hiso. Habían invitados deseosos de expresarle sus condolencias, y mostrarle su apoyo, y usted viene y se esconde! –me reprendió.

-       -Lo lamento, pero no tenía deseos de hablar con nadie. –le dije con voz triste, pero las lágrimas se habían ido.

-       -Pero usted es una niña decente. No puede darse siempre gusto, tiene que mostrarse firme y educada.

-       -Lo tendré en cuenta, pero ahora vámonos, debo empacar..

Sin que nadie dijera algo más, el carruaje emprendió su camino. Durante el recorrido todos callamos. Mona venía cavilando, Titus guardaba silencio y yo clavé la vista en la ventana.
Cuando llegamos Titus abrió la puerta y nos ayudó a bajar. Mona y yo lo dejamos tosiendo cuando entramos a la casa.
-       -Señorita Riender, su cena está servida.

Esa noche fue muy larga. No pude dormir. Pensar que me iría al día siguiente no me dejó descansar. Ese era mi último día en mi casa. Era una horrible sensación. Me quedé dormida cuando apenas era el amanecer.
-       -Señorita, las valijas están abajo. Vamos a bañarla. Después del desayuno partirá.- Me dijo seria Mona, apenas abrí los ojos.

Mi habitación se me antojaba más grande, faltaban algunas de mis pertenencias. Estarían empacadas.

-       -Mona, -pregunté incorporándome- ¿Qué pasará con mis pertenencias mas grandes?
-       -¿A qué se refiere? –preguntó cuando estuve de pie, desnudándome.
-       -Sí, pertenencias como mi cama. ¿Qué será de ellas?
-       -Se quedarán aquí. Recuerde que esta propiedad sigue siendo suya…Recuerde lo que su abogado y yo hablamos.